LA HUELLA DE UNA HUMANIDAD URBANIZADA: CARNE, DEFORESTACIÓN Y CRISIS CLIMÁTICA

LA HUELLA DE UNA HUMANIDAD URBANIZADA: CARNE, DEFORESTACIÓN Y CRISIS CLIMÁTICA

Frontera agrícola en la ecorregión brasileña de El Cerrado, uno de los puntos calientes de la deforestación global. Imagen: Victor Moriyama, Rainforest Foundation Norway, cedida por Ecologistas en Acción.

 

Si hay dos certezas en este mundo estas son que el planeta se calienta y que la humanidad se urbaniza al ritmo que crece en número de individuos. Y ambas tendencias, además de estar relacionadas, son alarmantemente acusadas. Las estadísticas que manejan las Naciones Unidas hablan de que hace ya tiempo que los seres humanos rebasaron la frontera del 50% en lo que se refiere a su concentración en las urbes. En 2022, tras un levísimo freno temporal por la pandemia de covid-19 y siguiendo una tendencia ascendente que empezó a ser especialmente acusada en los años 50 del siglo pasado, el 56% de la población vive en las ciudades. Nada parece prever que esto vaya a cambiar, al contrario; la edición 2022 del Informe Mundial de las Ciudades[1] de ONU-Hábitat, el programa de las Naciones Unidas para los asentamientos urbanos, predice que a mediados de siglo el 68% de los Homo sapiens de la Tierra vivirán en asentamientos de más 50.000 habitantes. Todo ello si las consecuencias que se derivan de una crisis climática que se acelera y agudiza permiten continuar el ritmo de crecimiento actual, claro.

En noviembre de 2022 rebasamos la barrera de los 8.000 millones de humanos, y la proyección más aceptada es que seremos 9.700 para 2050. Así lo plantea el informe Perspectivas de la Población Mundial 2022[2] del Departamento de Asunto Económicos y Sociales de Naciones Unidas. Una cuenta rápida arroja que, a día de hoy, unos 4.480 millones de personas residen en las ciudades. Y todas ellas, como buenos mamíferos, tienen una necesidad tan simple como vital: comer. En concreto, entre 1.600 y 2.000 calorías diarias para el caso de las mujeres, y entre 2.000 y 2.500 para los hombres, según un cálculo genérico establecido por la OMS.

El problema es que la cantidad de espacio suficiente para generar semejante cantidad de alimento y nutrientes no está disponible ni en las ciudades ni en sus terrenos adyacentes. Ni de lejos. En 2020 un equipo de ocho investigadores de instituciones que van desde la Universidades de Berkeley (Estados Unidos) y Aalto (Finlandia) al Instituto Goddard de la NASA publicaron un artículo científico[3] en la revista Nature Food tras estudiar qué porcentaje de la población mundial podría vivir de cultivos sembrados a menos de cien kilómetros de su residencia. En concreto, el equipo se centró en la cadena de distribución de un puñado de plantas básicas para la alimentación humana: el trigo, la cebada, el centeno, el arroz, el maíz, el mijo, el sorgo, la yuca y las alubias. El resultado es que, como máximo, solo un 28% de la población podría vivir del arroz, las alubias, la cebada, el centeno, el trigo, el mijo o el sorgo cultivados en un radio de un centenar de kilómetros. Si nos vamos a cultivos como el maíz o raíces tropicales como la yuca, el porcentaje varía en una horquilla entre solo un 11% y un 16%.

Camiones de transporte de soja en El Cerrado brasileño. Imagen: Victor Moriyama, Rainforest Foundation Norway, cedida por Ecologistas en Acción.

Camiones de transporte de soja en El Cerrado brasileño. Imagen: Victor Moriyama, Rainforest Foundation Norway, cedida por Ecologistas en Acción.

 

La distancia a la que se encuentran los cereales que comemos en el mundo globalizado de hoy es muy superior. La Guerra de Ucrania y los problemas de suministro de trigo y maíz que han derivado de ella se lo ha recordado al gran público haciendo ver cómo las estepas del este de Europa son una de las grandes zonas de cultivo de cereales globales, como lo son otras áreas despobladas como los interiores estadounidense o brasileño. Para cereales templados, como el caso del trigo, la distancia mínima media que recorren desde su lugar de cultivo al de consumo es de aproximadamente 3.800 kilómetros, según el citado equipo investigador, mientras que un cuarto de la población ingiere cereales de clima templado cultivados a más de 5.200 km, una situación habitual en el África subsahariana.

Como no podía ser de otra forma, las enormes distancias del comercio de alimentos global suponen cantidades ingentes de gases de efecto invernadero (GEI). Una de las últimas investigaciones al respecto[4], a cargo de un equipo de la Universidad de Sidney (Australia) y publicada en Nature en junio de 2022, señala que el transporte supone el 19% de las emisiones de GEI de todo el sistema alimentario, lo que implicaría 3,0 gigatoneladas de dióxido de carbono equivalente (GtCO2e). Teniendo en cuenta que, dejando aparte las actividades que suponen cambios en el uso de tierra, el sistema alimentario supone, según el mismo equipo investigador, el 30% de las emisiones de GEI totales anuales—en torno a 15,8 GtCO2e—, el transporte de alimentos sería responsable de en torno a un 7% de las emisiones globales emitidas por la humanidad al año, una cifra que multiplica hasta por siete anteriores estimaciones.

Pero la concentración de los Homo sapiens en las urbes no solo implica emisiones derivadas del transporte. El éxodo rural llevó a que la humanidad se urbanizase y fuese a buscar oportunidades en un sistema capitalista que desdeñó las zonas menos pobladas. Ese ha sido uno de los factores que, con el tiempo y el trabajo de la población migrante de ayer y hoy, ha dado mayor poder adquisitivo a las clases menos favorecidas en gran parte del planeta, aumentando las clases medias especialmente en Asia, con un protagonismo especial de China y sus más de 1.400 millones de habitantes. Y más poder adquisitivo supone mayor acceso a un alimento que tradicionalmente estaba reservado a los más pudientes: la carne.

Fuegos en el Amazonas en agosto de 2019, vistos desde la Estación Espacial Internacional. Imagen: ESA/NASA – L. Parmitano, CC BY 3.0

Fuegos en el Amazonas en agosto de 2019, vistos desde la Estación Espacial Internacional. Imagen: ESA/NASA – L. Parmitano, CC BY 3.0

 

Desde 1990 el consumo global de proteína animal se ha duplicado, pasando de 153 millones de toneladas métricas (Mt) a 328 Mt en 2021, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Las perspectivas son que este siga aumentando. Esta organización, junto a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), prevé que la oferta mundial de carne de carne alcance los 374 Mt en 2030[5], con China a la cabeza del aumento de la producción —y el consumo—, seguida de Brasil y Estados Unidos. La previsión es que el consumo de carne se incremente un 14% en 2030 respecto a los niveles de 2020, siendo este crecimiento capitaneado especialmente por la carne de cerdo, cuya producción se incrementará un 17%, y de aves de corral, con un 16% más que a principios de la presente década.

Al igual que los Homo Sapiens, mamíferos como el cerdo, la vaca, el cordero o la cabra —y aves de corral como las gallinas— también tienen la costumbre de comer para poder continuar con su existencia, y cuando los incrementos de producción cárnica se miden en millones de toneladas, el aumento de población animal destinada a acabar en los estómagos humanos no se da entre los animales que viven de los pastos y alimentos que encuentran en el medio. El incremento se produce en el interior de las macrogranjas de la ganadería industrial, y esta necesita ingentes cantidades de pienso.

La conversión de tierras englobadas en ecosistemas naturales en terreno de cultivo o pastoreo es la mayor causa de emisiones de GEI histórica global, y la tendencia a aumentar el ganado intensivo solo acrecienta esa brecha, ahondando en la deforestación mundial. Eso supone agudizar las crisis climática y de biodiversidad. Las tasas de extinción actuales implican que la época actual pueda ser calificada como la Sexta extinción masiva de especies, con índices de desaparición de especies al menos mil veces superiores a los naturales. A más carne consumida, mayor destrucción de ecosistemas para plantar cultivos destinados a producir pienso industrial.

Los cultivos de soja son un ejemplo claro de este problema. El informe Con la soja al cuello[6], publicado por Ecologistas en Acción, recoge una cifra que escenifica claramente el problema: de toda la producción mundial de esta planta, que se ha extendido por amplísimas zonas de Argentina, Brasil y Estados Unidos en régimen de monocultivo intensivo, solo el 6% del haba entera se destina a alimentación humana. La rentabilidad de sus subproductos ha hecho que esta leguminosa comestible de alto valor alimenticio acabe en biocombustibles y, principalmente, en piensos para alimentación animal. En concreto, este estudio señala que la torta de soja, el ingrediente más utilizado en la industria de la alimentación artificial de ganado, pues supone el 70% del uso de la soja.

En Argentina, segundo productor de soja mundial tras Estados Unidos, esta planta ha pasado de ocupar apenas 500.000 hectáreas a principios de los años 90 del siglo pasado a ocupar el 40% del suelo agrícola del país[7] gracias a la variante Roundup, genéticamente modificada por el gigante Monsanto. La consecuencia de ello la contabiliza la ONG Global Forest Watch: el país sudamericano perdió entre los años 2000 y 2021 el 16% de su cobertura arbórea, lo que incluye un 10% de su bosque primario húmedo.

Un poco más al norte, la selva amazónica y la ecorregión de El Cerrado —la gran sabana tropical de Brasil— son los grandes ejemplos de cómo la industria cárnica está arrasando los grandes pulmones verdes del planeta. Solo en la Amazonía brasileña desde los años 70 se ha perdido una superficie forestal más grande que la totalidad de Francia, según datos de Greenpeace, y mientras en los años 90 el gigantesco sumidero de carbono que es esta selva absorbía 2.000 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) anuales, en 2021 ya emitía más CO2 del que captaba. De nuevo, la expansión de cultivos para la producción de pienso —y en menor medida para biocombustibles y otros usos—, principalmente soja, así como la reconversión de espacios boscosos en zonas de pasto para el ganado, son las causas del recrudecimiento de la deforestación y de la quema de bosques en los grandes pulmones verdes sudamericanos.

Planta de almacenamiento y procesamiento de soja de la multinacional Bunge International Limited en Brasil. Imagen: Victor Moriyama, Rainforest Foundation Norway, cedida por Ecologistas en Acción

Planta de almacenamiento y procesamiento de soja de la multinacional Bunge International Limited en Brasil. Imagen: Victor Moriyama, Rainforest Foundation Norway, cedida por Ecologistas en Acción

 

Así, el consumo de carne, principalmente en el primer mundo y las zonas más desarrolladas —y urbanizadas— del planeta, es el gran culpable de la intensificación de la deforestación y de la pérdida de los grandes sumideros de carbono arbóreos de la Tierra, impactos a la crisis climática a los que habría que añadir desde las emisiones del comercio global asociado a los piensos a las emitidas por los propios animales en forma de metano. Entre otras. Si bien hay países y entidades políticas que están actuando sobre el problema, el aumento de la deforestación mundial no cesa y el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) cifra en 43 millones de hectáreas las deforestadas en todo el mundo en tan solo 13 años[8]. En medio siglo, ha desaparecido el 15% de la superficie mundial de vegetación, lo que equivale, según esta ONG, al territorio conjunto de Francia, Portugal y España.

A pesar de sus carencias, iniciativas como la recientemente llevada a cabo por el Parlamento Europeo, por la que ha los 27 han creado un reglamento que exige que productos y materias primas asociadas a la deforestación tengan garantías de que su cultivo, extracción o producción no han contribuido a destruir los ecosistemas boscosos, son un camino a seguir. La medida se impulsaba en un área, la Unión Europea, en la que las importaciones suponen el 16% de la deforestación global. Es un paso en la buena dirección para salvar los grandes sumideros boscosos globales, pero la clave sigue pasando por la modificación de la dieta. La reducción del consumo de carne está en todas las listas de soluciones clave para frenar la crisis climática, incluidas las elaboradas por el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC). Una alimentación mucho más basada en vegetales reduciría, además, otros impactos del gran consumo humano en el mundo rural y los ecosistemas, como la contaminación de acuíferos por los nitratos y demás sustancias asociadas a los purines y a la actividad de las macrogranjas intensivas. El consumo de alimentos que impliquen un radio de transporte mucho menor también pasa por la transformación del sistema alimentario y por los cambios en las dietas de los habitantes de las urbes. SI bien estas no tienen todo el espacio necesario para alimentar a su población, comer lo más local y ecológico posible siempre tendrá menos impactos que el consumo de productos traídos desde lugares a miles de kilómetros, especialmente si son cultivados de forma intensiva.

 

Bibliografía

[1] Habitat, U. N. (2022). World Cities Report 2022: Envisaging the Future of Cities. https://unhabitat.org/wcr/

[2] Desa, U. N. (2022). World Population Prospects 2022. New York: United Nations Department of Economic and Social Affairs, Population Division. http://esa. un. org/unpd/wpp.

[3]    Kinnunen, P., Guillaume, J.H.A., Taka, M. et al. Local food crop production can fulfil demand for less than one-third of the population. Nat Food 1, 229–237 (2020). https://doi.org/10.1038/s43016-020-0060-7

[4]    Li, M., Jia, N., Lenzen, M. et al. Global food-miles account for nearly 20% of total food-systems emissions. Nat Food 3, 445–453 (2022). https://doi.org/10.1038/s43016-022-00531-w

[5]    OCDE/FAO (2021), ‘OCDE-FAO Perspectivas Agrícolas, Estadísticas de la OCDE sobre agricultura (base de datos), http://dx.doi.org/10.1787/agroutldataen.

[6]    Ecologistas en Acción (2022). Con la soja al cuello. https://www.ecologistasenaccion.org/182789/informe-con-la-soja-al-cuello-piensos-y-ganaderia-industrial-en-espana/

[7]    Federico Di Yenno – Emilce Terré (2021) Argentina se encamina a un récord de siembras en la 2021/22. Bolsa de Comercio de Rosario. https://www.bcr.com.ar/es/mercados/investigacion-y-desarrollo/informativo-semanal/noticias-informativo-semanal/argentina-se#:~:text=La%20superficie%20agr%C3%ADcola%20proyectada%20para,mejora%20en%20los%20precios%20internacionales.

[8]       Pacheco, P.; Mo, K.; Dudley, N.; Shapiro, A.; Aguilar-Amuchastegui, N.; Ling, P.Y.; Anderson, C. y Marx, A. 2021. “Frentes de deforestación: Causas y respuestas en un mundo cambiante”. WWF, Gland, Suiza.

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PABLO RIVAS

Licenciado en periodismo por la Universidad Rey Juan Carlos y especializado en información climática y ambiental, Pablo Rivas comenzó su carrera en el periodismo local del sur de Madrid y en el Diario de Ibiza. En 2013 fue uno de los fundadores de la agencia de noticias Diso Press y en en el año 2014 entró a la plantilla del periódico Diagonal. Desde 2017 trabaja en el diario El Salto, cooperativa de la que es cofundador y donde trabaja como coordinador de Clima y Medio Ambiente tanto de su edición digital como de su revista trimestral.

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