27 Oct LA VIVIENDA Y LA COMUNIDAD A ESCALA HUMANA
El objetivo de este texto es proponer unas bases para una arquitectura que dé respuesta a las necesidades de las personas. A pesar de lo fecundo del debate sobre los cuidados, y cuyos frutos incorporamos, el término nos resulta restrictivo.
La forma de entender los cuidados cambia dependiendo del contexto histórico, social y cultural. Desde hace solo unas cuantas décadas, en una sociedad como la nuestra, cuidar es algo que se realiza dentro de un tremendo aislamiento (convirtiéndolo en algo insostenible e invisibilizado). El diseño de la vivienda y su entorno ha sido su fiel reflejo, reduciendo sus espacios y sus características para albergar a una familia nuclear cada vez más aislada de su vecindario.
En otros tiempos o en otras latitudes, la división entre productivo y reproductivo es más borrosa e incluso inexistente o innecesaria, con un diseño de la vivienda y el entorno con usos mezclados, más permeables y que invitan a la relación entre las personas (Federici, 2012). En este tipo de entornos, los cuidados aparecen mezclados, revueltos e integrados con otro tipo de actividades, y tienen el efecto de fortalecer el sentido de comunidad.
Sin necesidad de reproducir modelos de otros tiempos o de otros lugares, nos interesa romper con el actual aislamiento y llevar los cuidados a la comunidad, colectivizar los cuidados (López, 2011). Sin embargo, cuando tratamos de pensar en relación a la comunidad, el término cuidados explota, ya que se abre a una nueva complejidad que no puede abarcar y se hace necesario un marco más amplio.
La propuesta que realiza Max Neef en Desarrollo a escala humana (1986) resulta muy interesante ya que habla de necesidades en lugar de cuidados. Este es su postulado:
La calidad de vida de las personas dependerá de las posibilidades que tengan las personas de satisfacer adecuadamente sus necesidades humanas fundamentales (1986:16).
Para que podamos entender con claridad qué son las necesidades humanas fundamentales, Max Neef diferencia entre necesidades y satisfactores. Esto se entiende muy bien con dos simples ejemplos: si la subsistencia es una necesidad, el alimento es un satisfactor; si el afecto es una necesidad, la amistad es un satisfactor. Así, las necesidades humanas son “finitas, pocas y clasificables”, y “son las mismas en todas las culturas y en todos los periodos históricos. Lo que cambia (…) es la manera o los medios utilizados para la satisfacción de las necesidades” (1986:17).
Max Neef identifica las siguientes necesidades: subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad. A cada una de ella le corresponden diferentes satisfactores, si bien puede haber algunos que sacien varias necesidades a la vez.
Este planteamiento se acerca al concepto del que tanto se habla ahora de la vida buena, la vida plena, el buen vivir (Acosta y Martinez, 2009), mucho más integrador que el de cuidados. Nos propone una herramienta para abordar la intervención arquitectónica desde un punto de vista mucho más integrador, al tener como meta la calidad de vida de las personas y pensar en ésta de forma global y como miembros de una comunidad.
Como ya hemos dicho, los satisfactores varían dependiendo del contexto, de forma que ante una misma necesidad, los seres humanos han encontrado diferentes respuestas. Sin embargo, el enfoque o la perspectiva con la que se da esa solución puede no ser positiva. Así, Max Neef describe una serie de satisfactores negativos: violadores o destructores, pseudo-satisfactores, inhibidores y singulares. Se trata, en general, de satisfactores con efectos negativos porque impiden a la larga satisfacer la necesidad para la que fueron creados, porque generan una falsa sensación de satisfacción, o porque impiden o no favorecen la satisfacción de otras necesidades. Un ejemplo de un satisfactor negativo sería el armamentismo para satisfacer la necesidad de protección. Desde la arquitectura, podríamos poner como ejemplo las comunidades o viviendas-fortaleza, aisladas del entorno y que impiden el libre movimiento de sus habitantes. O planificar una ciudad de forma segregada según usos concretos y limitados (normalmente asociados a lo productivo), en perjuicio de la seguridad o de la conciliación.
Los satisfactores positivos son los que Max Neef denomina sinérgicos, y son “aquellos que por la forma en que satisfacen una necesidad determinada, estimulan y contribuyen a la satisfacción simultánea de otras necesidades”. Un ejemplo sería la comida, que satisface más necesidades que la de alimentarse, por ejemplo, siendo una forma de establecer vínculos con otras personas, la identidad o el afecto. Un ejemplo desde la arquitectura son las plazas, lugares sinérgicos por excelencia, ya que en ellas se llevan a cabo multitud de actividades por diferentes personas: lugar de reunión, de juegos, de mercado, de actividades comunitarias, zonas ajardinadas, fiestas, etc.
Esta perspectiva nos sirve para entender los espacios de forma que sirvan para más de una función. Esto resulta especialmente relevante si pensamos en los espacios intermedios, esos lugares que, por ejemplo, conectan espacios que tienen una función asignada. Entre la calle y la casa hay espacios que solo se piensan como lugares de paso (lo que nos puede llevar a la idea de su reducción o eliminación). Pensemos en visibilizar y dotar de identidad a estos espacios y veremos que sirven para muchas más funciones, por ejemplo, permitir que nos relacionemos con el vecindario y la comunidad.
Esto hará que pensemos, también, en una relación más permeable entre las esferas privada y pública. La vivienda y las personas que viven en ella no estarán aisladas de su comunidad, reduciendo el aislamiento no deseado tan frecuente en nuestras ciudades.
Se trata de promover espacios no jerarquizados ni monofuncionales, de pensar en espacios en los que sucede la vida, con toda la complejidad que implica, donde sucedan cosas, aunque eso implique cierta incertidumbre.
Es así como podemos imaginar barrios y vecindarios que integran lo comunitario, con programas mixtos en los que la vivienda se completa con espacios para el trabajo (subsistencia, creación), con servicios sanitarios (subsistencia, protección), servicios educativos y de cultura participativa (entendimiento, ocio, participación, identidad). Entornos que integran varias generaciones (protección, afecto, entendimiento, participación, identidad), diferentes creencias (identidad, libertad), que permitan e inviten a las personas a participar, permitan que se expresen (creación, libertad). Entornos en los que la comunidad se organiza para colectivizar los cuidados (afecto, participación, identidad).
Esto es algo que ya se está llevando a cabo dentro del movimiento de vivienda colaborativa, ya que muchos de estos proyectos contemplan desde su gestación la importancia de los espacios intermedios, la creación de lugares de encuentro, de espacios multifuncionales, de integración de actividades productivas y reproductivas, de la colectivización de los cuidados. Sería interesante poder generalizar estas prácticas propias de la vivienda colaborativa y llevarlas a otros entornos.
También es importante visibilizar, recuperar y fortalecer las prácticas que se siguen realizando de forma espontánea en ciertos entornos que generan espacios propicios al encuentro, al intercambio, a la creación de vínculos, y que favorecen la creación del sentido de comunidad.
Somos conscientes de que el espacio construido no es más que uno de los ingredientes necesarios, pero también de que puede ser un obstáculo. La vida comunitaria necesita, principalmente, a las personas. Por ello, queremos pensar en la arquitectura para la creación de comunidad como un entorno que favorece e invita a las personas, como una especie de jardinería para mariposas cuyo objetivo es crear un entorno que atraiga a las mariposas.