El Hacha de Greta

El Hacha de Greta

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El Hacha de Greta

Aquella mañana de lluvia, ninguno de los troncos de los árboles pudo resistir al inflexible esfuerzo de las sierras eléctricas hundiéndose contra ellos, hasta lograr convertir la loma, en un puro espacio abiótico. Por muy altos y fuertes que fueran antaño esos pinos, ellos o cualquier resto de humus que quedara a sus pies, iba siendo devorado por las máquinas. Todas sus raíces sustentantes, eran sistemáticamente volteadas al aire, hasta perfilar un risco desnudo en forma de milhojas pétreo.

A los pies de aquel montículo que acompaña al camino escolar, y al otro lado de las vías del tren que les separan, una niña lloraba devastada, sosteniendo fuertemente un vaso de yogurt. En su interior se desarrollaba una pequeña vida verde, bajo un relleno de algodón humedecido, con el que ella protegía e hidrataba a su pequeña dicotiledónea. La niña, escondió de la vista instintivamente su vaso apretándolo contra su cuerpo, como si aquellos hombres de chaleco naranja, tuviesen también la orden o el derecho de arrebatársela. -”Todo parece indicar que no volveremos a ver a las procesionarias del pino bajar otra vez a molestar!”-, dijo el padre en un torpe intento por avanzar unos pasos. Pero la situación evidentemente no fue a mejor y las lágrimas corrieron por las mejillas de ambos. Por fin, lograron alcanzar la verja del colegio, preludio de otro espacio asfaltado y gris, donde se despidieron derrotados con un fuerte abrazo.

Este pequeño relato sin final feliz, que podría bien ser una ficción, no lo es y dibuja una imagen de la violenta cotidianidad a la que se ven enfrentados lxs más pequeñxs y cuya motivación escapa a su comprensión. Pero más allá de su estricta necesidad o escasa justificación, aparentando un bien mayor para la ciudadanía, en este caso concreto, la acometida de la obra de una infraestructura subterránea, y las maneras en que se acometen sus trabajos de desbroce, evidencian el desprecio y la enorme ingratitud de carácter práctico y rutinario que tenemos por la vida, en el entorno urbano. Podríamos haber dibujado otra estampa cualquiera, como una niña cronometrando los tiempos de circulación de los coches, hasta llegar su breve turno en un semáforo, o niñxs aupándose mutuamente para introducir una carta en la boca de un león de bronce en correos, pero nos gustaría hablar de los deseos de las niñas y niños en esta oportunidad que amablemente se nos brinda, a partir de algunas conclusiones a las que hemos llegado tras algunos procesos de participación infantil en la ciudad.

Efectivamente las niñas y niños, tienen una necesidad de conexión con el entorno natural que no es sólo un deseo, pues su desarrollo cognitivo y corporal depende de ello. Por poner ejemplos, actos cotidianos, como despreciar y retirar las hojas y ramas caídas de los árboles de sombra en la ciudad, como si fuesen basura, les sorprende!, (y no digamos ya vadearlas contra las cuneta con agua potable a presión). Si hablásemos de deseos, pedirían más árboles frutales y seres animales trepando entre ellos, en vez de tubos de escape de camión. Es más, sueñan con que estos vehículos y mercancías circulen por los aires, para poder recuperar el suelo prometido.

Parece ser que, al revés de lo que nos esforzamos lxs adultos por aparentar con nuestra asepsia urbana, ellxs son aún seres naturales. Y como tal, son capaces de asumir mancharse de barro las rodillas o hacerse postillas cayéndose de un guindo, porque así lo viven y aprenden, lo que no pueden llegar a aprender jugando en sus casas. Las niñas y niños aprenden en la ciudad y de la ciudad, perciben con mayor intensidad si hay o no agua en los alrededores, si hay sombras o hay sol, si te mojas o si se ve la luna de día, sienten más que razonan, pero dependen de ese espacio público para sobrevivir. Y como no nos gustaría pecar de ingenuidad, resaltaremos que este asunto de la desnaturalización progresiva y sistemática de nuestras ciudades, no es casual ni altruista. No se debe a que algún estudio haya concluido que la naturaleza sea enemiga de la humanidad y que por ello hayamos de desterrarla a otro planeta, no.

Como a otros colectivos y bajo el mismo pretexto de su seguridad y la de los demás, se les dispone en recintos, segregándoles del espacio común y cediendo su lugar, por ejemplo a lucrativas terrazas, que difícilmente querrán compartir su espacio para volver a volar cometas, andar en patines, o pintar en el suelo. Los intereses mercantiles no quieren oír de jugar a la pelota junto a sus sillas, es más prefieren encapsularse en suelo ajeno, creando espacios acondicionados sobre lo que era la vía pública y blindar su nuevo espacio con llave propia. Así pues, sospechamos que el enemigo natural de la infancia en la ciudad es más especulativo que otra cosa.

Existe un conflicto de intereses con su espacio natural de desarrollo, que se ha convertido en un objeto de deseo para algunos particulares, y que con astucia y poder adquisitivo, pueden optar a invertir el capital que ellas y ellos no pueden sobre la ciudad.

Va marginalizándose poco a poco a la infancia en las calles y acortando su territorio, a base de comunicaciones y carteles del tipo prohibitivo y gestos coercitivos. Poco a poco va mermando el territorio de la infancia en beneficio de unos pocos. Cuando ni tan siquiera les hemos asegurado caminar libres por las calles de nuestras ciudades, sin tener miedo a las ruedas de los vehículos, en cuanto se dan la vuelta, les desmantelamos servicios básicos como el agua, tratando de abocarlos hacia el consumo de bienes, como si fuese posible mayor negocio aún.

Ellas y ellos a su vez, van abandonando así las calles, las plazas y los parques, recluyéndose en sus hogares y quedando mermadas sus capacidades, por no desarrollar la vida al exterior. No sólo el efecto es negativo para ellxs, la ciudad queda también afectada. Cuando lxs niñxs despueblan sus aceras, cuando la ciudad se mantiene fuera de su alcance (como los medicamentos), sus plazas se dramatizan y los rincones se obscurecen con turbia actividad. Ellxs nos re-enseñan el disfrute de la ciudad sin hacer uso del dinero, quienes nos inspiran a admirar el cambio estacional, reparando en el color de las hojas de los árboles, saltando en los charcos y lanzando helicópteros al aire. Son ellxs, quienes nos piden atrapar renacuajos y soplar dientes de león. No nos olvidemos que hacer una ciudad para lxs más pequeñxs, es hacer una ciudad hiper-inclusiva en la que cabemos todxs los demás agentes de la ciudad. Pero quizás no todxs piensen así, y con miras cortas, no vean su futuro comprometido y decidan no abonar el terreno presente.

Si ocasionalmente nos olvidamos de todo esto, es fácil que poniendo un toque de atención reaccionemos y en adelante, pongamos más cuidado. Pero si va mas allá de los descuidos y la cuestión es de marcado interés lucrativo y voluntario, no nos asustemos si, de tanto descuidar con esa beligerancia con la que arremetemos contra la infancia y su territorio, un día en el futuro, venga una tal Greta y nos sorprenda con su armada de vikingas, hacha en ristre, y vete tu a saber…

Maushaus El Hacha de Greta

MAUSHAUS

Maushaus es un laboratorio de ideas entorno al arte y la arquitectura, dónde se diseñan contenidos pedagógicos y dispositivos destinados al aprendizaje lúdico. Dirigen el proyecto Anabel Varona y Carlos Arruti.

Compaginan la docencia con la creación de programas didácticos para centros educativos e instituciones artísticas. Dirigen la Revista de Arquitectura para Niñ@s Amag!. Han escrito los libros “La arquitectura a través del juego” y “1,2,3 haURBANistak, tres maneras de mirar y pensar tu ciudad”.