26 Urr De la ciudad de eventos a la ciudad evento
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La aceleración del tiempo y la globalización del espacio -la aldea itinerante-, resultado de la extensión del paradigma científico-tecnológico a lo largo y ancho del planeta, ha generado la multiplicación y diversificación del fenómeno evento. Se trata de un punto de encuentro humano de naturaleza diversa, en torno a manifestaciones culturales -música, artes plásticas, artes escénicas, cine y audiovisuales, patrimonio, lengua y literatura, etc.-, deportivas -grandes eventos, campeonatos, manifestaciones populares, e-sports, etc.-, recreativas -ocio digital, hobbies, coleccionismo, etc.-, conmemorativas -hitos históricos, celebraciones colectivas, fiestas populares, etc.- o profesionales -ferias, congresos, foros, etc.-. Cuenta con volúmenes notables de asistentes y participantes, diversos en su composición -vecinos, visitantes y turistas- y en porcentaje variable.
A nuestro humilde entender, los eventos no son, en sí mismos, ni positivos ni negativos, lo son sus enfoques y, consecuentemente, los objetivos, valores, contenidos y procesos que incorporan. Por ello somos partidarios de analizarlos desde el papel que desempeñan en el desarrollo urbano sostenible -en sus dimensiones ecológica, económica, social y cultural-, así como desde el modelo de gobernanza que proponen.
Los eventos pueden ser analizados desde el punto de vista del desarrollo ecológico, en su grado de imbricación con el territorio, edificaciones, servicios urbanos, suministro de agua, energía, transporte, internet y redes inteligentes. Los eventos pueden presionar sobre los centros de la ciudad o desconcentrarse por las periferias. Pueden transformar positivamente el espacio público, acortando los años requeridos en espera para inversiones necesarias, o pueden provocar importantes alteraciones del espacio público cotidiano. Pueden dejar como herencia una mayor reserva de vivienda pública de potencial uso social o pueden provocar un encarecimiento de la vivienda en alquiler y propiedad. Pueden promover mejoras en los servicios urbanos –recogida, reciclaje y reutilización de residuos, iluminación viaria, jardinería, etc.- o provocar daños y deterioro de mobiliario y parques, con un aumento de residuos generados. Pueden incorporar medidas de racionalización de consumos de suelo, agua y energía, o podemos estar ante un incremento desmedido de los mismos. Pueden optimizar el transporte público, favoreciendo la movilidad y accesibilidad universal, o pueden generar una mayor congestión en el tráfico y desplazamientos con el consiguiente deterioro de la movilidad de los más vulnerables. Pueden ser oportunidad para avanzar en la implantación de redes inteligentes que favorezcan la conectividad universal o pueden causar un colapso informático en los servicios habituales.
Los eventos pueden ser observados desde el punto de vista del desarrollo económico, en su grado de identificación con la competitividad y productividad, el cooperativismo y las economías del bien común, la proyección internacional, la diplomacia o el magnetismo. Los eventos pueden diseñarse como un modelo de economía circular o pueden responder a un planteamiento instantáneo, con objetivos intensivos a corto. Pueden implicar a agentes económicos locales, PYMES que participen en la organización, apoyo y suministros, o pueden ser pistas de aterrizaje para empresas multinacionales especializadas en tránsito efímero por la ciudad. Pueden reforzar una imagen coherente de marca urbana vinculada a determinados valores éticos, asociados a los derechos humanos, o pueden proyectar internacionalmente la ciudad sin un mensaje claro. Pueden consolidar un magnetismo en el tiempo que posibilite la idea de ciudad evento o pueden hacer morir de éxito a la ciudad debido a una excesiva capacidad de atracción. Pueden ser una magnífica oportunidad para el desarrollo de la diplomacia económica local o pueden favorecer la implantación de empresas sin intención de permanencia, ni de garantizar condiciones dignas de empleo, ni modelos sostenibles de producción o prestación de servicios.
Los eventos pueden ser evaluados desde el punto de vista del desarrollo social, en su grado de identificación con la justicia social, igualdad, equidad, hospitalidad, bienestar, salud, calidad de vida, bienser o felicidad. Los eventos pueden o no ser factor para la generación de empleo estable, mediante la concatenación razonable de eventos, y de calidad, con una digna retribución. Pueden resultar un recurso pedagógico en favor de una cultura de la hospitalidad y la capacidad de acogida de visitantes o pueden convertirse experiencias negativas fermento de hostilidad y xenofobia. Pueden mejorar la calidad de vida de residentes por el enriquecimiento social de la vida cotidiana o convertirse en factor de afectación, crispación y tensión vecinal. Pueden incorporar formatos que favorezcan la desaceleración (slow event) y que generen espacios saludables, tanto por su diseño como por los usos que se proponen, o pueden incrementar la aceleración del pulso de la ciudad, favoreciendo los problemas de salud derivados de la contaminación acústica, afectaciones al sueño, estrés colectivo. Pueden consolidar la seguridad de la comunidad en su devenir cotidiano, o avanzar tan sólo en el blindaje de espacios efímeros para uso de turistas y visitantes, con un efecto llamada sobre la delincuencia en expresiones diversas.
Los eventos pueden ser considerados desde el punto de vista del desarrollo cultural, en su grado de identificación con la creatividad, talento, aprendizaje, diseño, innovación, identidad, patrimonio, autenticidad, diversidad, ocio, cultura, deporte o turismo. Los eventos pueden fomentar la creatividad, aprendizaje, diseño e innovación, o por el contrario, incrementar la dependencia de la creatividad y diseño ajeno. Pueden resultar una oportunidad al mestizaje creativo y de identidades, o manifestar una expresión de neocolonialismo. Pueden poner en valor la identidad y patrimonio local, provocar su puesta en cuestión o incluso un daño irreparable. Pueden conllevar un aumento de los recursos disponibles y la captación de nuevos públicos para la programación cultural, deportiva y recreativa de carácter local, o quedar reducido a un hito anecdótico en un desierto de financiación y de audiencias. Pueden ayudar a descentralizar y desconcentrar la oferta de ocio existente o provocar una mayor recentralización de la misma. Pueden poner espacios de creación periféricos en el mapa de la ciudad o saturar los limitados espacios de creación y difusión.
Por lo tanto, la clave está en el enfoque dado al evento, los objetivos, valores y contenidos del mismo, y el modo en que se fija su gobernanza en aras de alcanzar los objetivos prefijados, los procesos que se ponen en marcha. Pueden posibilitar una fecunda colaboración público-privada o reducirse a una privatización mercantil del evento y ninguneo de los criterios institucionales públicos. Pueden incorporar al tejido asociativo al proceso de diseño, desarrollo y evaluación, o asumir la ausencia de cualquier tipo de vinculación con el tejido asociativo. Pueden contar con la presencia de las y los ciudadanos en el diseño, desarrollo, participación y evaluación del evento, o reducir su contribución a un papel de meros espectadores y consumidores.
Por ello, proponemos una perspectiva distinta del diálogo entre ciudades y eventos: la ciudad evento. Un modelo de ciudad que busca el factor diferencial en sí misma, hasta el punto de convertir su singularidad en su mayor atractivo. Su marca no se fundamenta en la transmisión de un valor añadido ocasional y puntual vinculado a un evento, sino en la proyección en el tiempo de su propia idiosincrasia. Al igual que sus plazas y calles, los eventos rezuman autenticidad. Gestionados y dinamizados colaborativamente se convierten en el mayor de sus activos de la ciudad en la aldea global itinerante.
Las políticas de una ciudad pueden perder el pulso de un mundo globalizado y acelerado por su incapacidad para hacer frente a la eventualización de la vida cotidiana. Pero, pueden consumir todas sus energías en mantenerse en la cresta de la ola de los eventos, quebrando su desarrollo urbano sostenible -compacidad territorial, coopetitividad económica, cohesión social y creatividad cultural-. Por ello, tal vez sea mejor apostar por ciudades que se interpreten singulares y auténticas, frente a aquellas que han quedado aisladas y aquellas otras que corren desaforadas tras los eventos. Se trata de generar un relato de ciudad, que integre la celebración de eventos alineados con la experiencia de ciudad deseada. El objetivo es la conversión de la propia ciudad, sin aditivos ni colorantes, en un evento de interés permanente. No es necesario buscar, sin resuello, la organización de unos juegos olímpicos, una exposición universal, un campeonato del mundo o una capitalidad de naturaleza diversa. Es más bien cuestión de releer la memoria y presente de la propia ciudad desde el interés y atractivo que puede suscitar en el resto de los ciudadanos del planeta. Y parte de ese relato convertirlo en evento, en ciudad evento.
Las fiestas y semanas grandes, los festivales estivales e invernales, los eventos alineados con las ideas tractoras, los equipamientos estrella, los espacios de toda la vida y el devenir cotidiano de la gente deben generar, de modo integrado, una experiencia auténtica de ciudad. La ciudad evento debe contemplar una propuesta atractiva y de calidad, teniendo en cuenta las motivaciones, emociones y valores de quiénes son vecinos y a quiénes pretende seducir.
La ciudad evento puede llegar a ser un factor clave en la convicción de que otra ciudad es posible: compacta, cohesionada, coopetitiva, creativa,… sostenible. En parte, dependerá del papel que los eventos adquieran en la interpretación de su realidad, en la experiencia de ciudad que transmitan y en la idea de persona subyacente. De lo contrario, la ciudad de los eventos será mera administradora de los flujos de individuos, productos y servicios en la aldea itinerante, que serán fuente de una intensa actividad económica, pero también provocarán una ilimitada mercantilización de la experiencia humana, de las ciudades y de los seres humanos que las habitan.