27 Oct DE PUERTAS PARA ADENTRO: NUESTRAS CASAS, ¿ESCENARIOS DE IGUALDAD?
Escribir sobre el espacio privado, sobre la casa, y empezar citando a Virginia Woolf, no parece del todo original. Pero sigue siendo necesario, fundamental, recordar lo que ella decía: “Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”.
¿Una casa tiene género? ¿Una casa está condicionada por esta variable? ¿Existe la casa sin género? Por supuesto que no. Una casa, un piso, cualquier tipo de vivienda es, además de una construcción física, una construcción social, es producto de un diseño, de una planificación realizada por alguien con una edad, un género, una clase social, una cultura, etc. y es el resultado de un momento histórico determinado. Es, en definitiva, una parte del escenario en el que se desarrolla la vida y es, también, como reza URBANBATfest este año, la ciudad dentro de casa.
La casa, tal y como la entendemos hoy en día en nuestro entorno, es fruto de la modernidad, vinculada a la idea de familia, pero no de cualquier familia, sino de una familia formada por el padre, la madre y los hijos, eso que en las estadísticas se viene a llamar la familia nuclear con hijos. En las sociedades premodernas, la familia y la comunidad y, por ende, el espacio público y privado, tenían fronteras mucho más difusas. No obstante, estamos asistiendo a un cambio de tipologías familiares. Así, el último análisis disponible en el Eustat sobre “Evolución de la Estructura Familiar en la C.A. de Euskadi 1986-2006” apunta que “el descenso de la fecundidad a niveles mínimos y el aumento de la esperanza de vida a edades impensables hace cuatro lustros, ha producido un aumento de las familias unipersonales y de las nucleares sin hijos”.
La configuración de la vivienda ha influido e influye en la división de tareas entre hombres y mujeres, por lo que podemos afirmar que la construcción de los espacios domésticos no es neutra. La casa es el lugar donde se escenifican gran parte de las relaciones familiares y sociales y donde, por lo tanto, se producen y reproducen los roles y los estereotipos de género. La casa es el espacio de lo íntimo, de lo privado, es el espacio del cuidado, de la atención a las personas, de los afectos, del trabajo reproductivo, invisible, trabajo mal pagado o no pagado. Organizar, lavar, acompañar, coser, proveer cuidados… todo esto sigue sucediendo dentro de las casas, todo esto es un trabajo que no es medible de la manera que parametrizamos el trabajo denominado tradicionalmente como productivo. Los hogares, tanto en su articulación como en distribución espacial, continúan repitiendo estructuras jerárquicas y rígidas de las relaciones familiares que quedan reflejadas, entre otros, en la desvaloraziación y escasa consideración del trabajo del hogar y sus necesidades. La responsabilidad de estas tareas sigue recayendo en las mujeres y, por lo tanto, queda fuera del interés del mundo productivo tradicionalmente considerado como el principal y el socialmente valorado y apreciado.
La inclusión de la mirada de género en el ámbito de lo urbano, a pesar de que sigue siendo una cuestión en la que se debe avanzar, tiene décadas de desarrollo en el urbanismo y en la planificación y diseño de los espacios públicos. Esto no es trasladable en la misma medida al ámbito de la vivienda, de casas y pisos. En este sentido, es necesario aplicar también la perspectiva de género en las viviendas, atendiendo a las necesidades específicas de las mujeres en la distribución del espacio en los hogares y en las zonas comunes, entendiendo estas últimas también como sistemas sociales y relacionales entre las personas que (co)habitan en esos espacios más allá de percepción de seguridad de las mismas.
Según la Encuesta de Presupuestos del Tiempo de 2018, elaborada por Eustat, las mujeres de la C.A.E emplean en las labores domésticas 1 hora y 11 minutos más que los hombres. Y si algo se ha resignificado en meses de pandemia, en el confinamiento y en la realidad que ha emergido a continuación, es esta parte de la vida, la que transcurre en el espacio privado, dentro de las casas, por lo que cómo sean estas, dónde estén ubicadas, qué tamaño tengan y cómo estén dispuestas, es decir, nuestro escenario vital, merece más que nunca nuestra atención. Y debemos hacerlo con perspectiva de género.
La incorporación de las mujeres al trabajo ha creado nuevos estilos de vida y nuevas realidades, entre ellas la conciliación entre trabajo y familia que debería ir acompañada de nuevas formas de distribuir el espacio. La configuración espacial puede facilitar o dificultar la corresponsabiliad en el hogar, pero no es causa directa del reparto de tareas desigual.
Además, en los últimos meses, las fronteras de lo privado y de lo público se han encontrado en nuestras casas. El teletrabajo o el trabajo a distancia apresurado y sin condiciones óptimas ha puesto frente al espejo a esas facetas de nuestra vida, normalmente opuestas, incompatibles temporal y espacialmente. Se han puesto en cuestión una vez más y de manera más nítida los paradigmas tradicionales de hombres/espacio público vs mujeres/vida privada, quedando en evidencia un reparto de tareas de cuidados aún más desequilibrado y una amenaza con profundizar en la brecha de género debido a un incremento en la asunción de jornadas de trabajo en casa para facilitar la gestión de los cuidados por parte de las mujeres, mientras que los hombres han continuado, mayormente, en su empleo convencional, tal y como se puede apreciar en la Encuesta de Población Activa (EPA), del tercer trimestre de 2020.
La lucha por la igualdad es la lucha por la conquista del espacio público, pero también por la visibilidad y valoración de lo que transcurre en el espacio privado e íntimo, lo que ocurre dentro de las casas.
Hablamos de reivindicar junto con la arquitectura feminista, el diseño de viviendas desde una perspectiva de género e interseccional que ponga la vida en el centro, que favorezca la autonomía de todas las personas, así como una mayor corresponsabilidad en las tareas domésticas y de cuidados con el fin generar espacios más conciliadores y relaciones más igualitarias.
Se trata de explorar nuevos modelos de vivienda, desde una perspectiva no androcéntrica, que puedan responder a las necesidades de la sociedad y familias actuales y, sobre todo, del futuro. Modelos de vivienda ecológicos, cooperativos, intergeneracionales y que promuevan un nuevo modelo de cuidados.
Y para ello, debemos apostar también, por explorar procesos y metodologías de participación ciudadana que, a través del intercambio de conocimientos, experiencias, vivencias, sentimientos, etc. nos ayuden a construir colectivamente las casas y los espacios colectivos (comunes) que respondan a las necesidades de las personas que las habitan.
En definitiva, debemos de construir y transformar los lugares que habitamos, nuestras calles, plazas, carreteras, pero también nuestras casas, nuestros espacios comunes, vecinales. No podremos avanzar hacia un modelo de sociedad más justa e igualitaria mientras no habitemos en lugares que también lo sean.
Finalmente, agradecer a Urbanbat la invitación a la Dirección de Igualdad de la Diputación Foral de Bizkaia para escribir este texto y por poner así de manifiesto que cuando hablamos de espacio público o espacio privado hablamos de aquellos lugares en donde habitamos las personas, mujeres y hombres, lugares que deben ser construidos y reconstruidos en claves de inclusión e igualdad.